Los retablos de Ayacucho:
devoción, paganismo o adorno Cuando uno visita la ciudad de Ayacucho, también conocida con los nombres de Huamanga o San Juan de la Frontera, lo que más llama la atención es la cantidad de iglesias que han poblado esta ciudad desde su fundación, en 1539. Como dicen Mesa y Gisbert: “Obecedió su creación a la necesidad estratégica de colocar un asiento urbano en el camino entre Cuzco y Lima, ya que las huestes de Manco Inca hostigaban a las fuerzas que recorrían el mencionado camino; como en otras ocasiones, la ciudad fue trasladada, en este caso a Pucaray, donde la urbe quedó asentada definitivamente, a diecisiete kilómetros de su emplazamiento original” (Mesa y Gisbert 1985, 324).
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Figura 1: Mapa de Ayacucho Como vemos en el mapa, la ciudad no es tan grande. Sin
embargo, durante la época de la colonia contaba con 33 iglesias
y en la actualidad con 37. Si se hace una revisión del exterior
de las iglesias ayacuchanas, se notará que la mayoría
de ellas presentan una gran sobriedad si se comparan con las iglesias
que se edificaron en Cuzco, por ejemplo. Sin embargo, al interior de
estas iglesias uno puede percibir con asombro el trabajo elaborado de
los retablos, ya sean éstos retablos mayores o laterales. La primera parte de este trabajo se enfocará en los retablos que adornan el interior de las iglesias ayacuchanas, y se tratarán de establecer los motivos que llevan a la construcción de los mismos. En la segunda parte hablaremos de otros retablos, también asociados a Ayacucho y que presentan características propias. Finalmente, se tratará de establecer si existe o no alguna conexión entre estos retablos de las iglesias y los llamados “retablos” ayacuchanos, como se conocen actualmente a las cajas de imaginero, considerados artesanía, y que tienen como antecedente más inmediato al cajón sanmarcos. La prolifica elaboración de retablos para adornar
los altares de las iglesias puede hacernos suponer que existía
en Ayacucho una religiosidad exacerbada, como ha señalado Raúl
H. Mancilla: Asimismo, la gran producción de retablos puede
asociarse también al efecto de las minas, que produjo hombres
poderosos , con mucho dinero y que para demostrar su poder económico
mandaron construirlos, ya sea de manera individual o porque formaron
parte de una cofradía.(1) Sobre
las cofradías refieren Olinda Celestino y Albert Meyers: Muchos de los retablos que actualmente se encuentran en el interior de las iglesias ayacuchanas pertenecen al siglo XVIII y otros a los siglos XIX y XX. Sin embargo, encontramos también retablos del siglo XVII, como es el caso del retablo mayor de la iglesia de Santa Clara, por ejemplo.
Figura 2: Retablo mayor de Santa Clara El Dr. Ricardo Mariátegui Oliva hace referencia a este retablo “de perfectas líneas barrocas de fines del siglo XVII en gran parte, pero mostrando en su conjunto, evidencias de “añadiduras” diversas posteriores, que, sensiblemente, difieren en mucho del estilo original. Con tallas de composición y de imágenes en bulto, espejos y lienzos al óleo, de variado mérito artístico” (Mariátegui 17). Esto quiere decir que, si bien es cierto este retablo puede inscribirse dentro de los construidos a fines del siglo XVII, ha sufrido una serie de modificaciones con el transcurso de los siglos. Un aspecto interesante es el hecho de que para hacer un retablo se necesita no sólo al maestro ensamblador de la obra, sino también a una serie de artistas para la elaboración de las pinturas y de las imágenes “de bulto” que luego poblarán el retablo. Otro aspecto destacable con respecto a este retablo en particular es el techo que cubre como un manto al retablo. Se trata de un “artesonado ochavado del presbítero, de curiosa constitución y verdadera muestra del mudejarismo en el Perú del siglo diecisiete, que mide 12.50 m. de largo y 8.60 m. de ancho” (Mariátegui 19). Aquí mostramos un detalle del mismo: Figura 3: Detalle del artesonado Iglesia Santa Clara
Raúl Mancilla ha realizado investigaciones concernientes
a las contrataciones que se hicieron en la época colonial para
la elaboración de estos retablos, y así nos presenta el
concierto del retablo de Santa Liberata de la Iglesia de Santa Teresa: La razón por la que Ladrón de Guevara manda
a confeccionar este retablo a la virgen en la iglesia carmelita es por
la gran devoción que siente hacia la santa, ya que como explica
Mancilla: “Santa Liberata es patrona de Sigüenza (España),
lugar de nacimiento del Obispo Diego Ladrón de Guevara...”
(Mancilla 1990, 433) Sin embargo, no se le da libertad a Joseph de Alvarado
para la confección del retablo, sino que le dan un dibujo para
que guíe su obra. Como nota Mancilla, “el diseño
es entregado por el Mayordomo Jorge Vitemberg, hecho que redunda en
la imposición al artista a base de modelos predeterminados, como
se suele celebrar en documentos de conciertos de obras de arte religioso”
(Mancilla 1990, 433). Otro hecho interesante tiene que ver con el pago
al maestro ensamblador y con el plazo establecido para la entrega del
retablo: De este concierto para la confección de dicho retablo
podemos sacar algunas conclusiones, como que el contrato se hace directamente
con el maestro ensamblador, en este caso Joseph de Alvarado.(2)
Podemos decir, que está a su cargo el contratar a los doradores
y demás maestros que serán necesarios para la elaboración
total del retablo. Asimismo, el maestro ensamblador no tiene libertad
para confeccionar este retablo, sino que recibe de manos del Mayordomo
un modelo al que deberá ceñirse. Además, queda
concertado el tiempo (seis meses) en el que deberá entregar el
trabajo, y si hay incumplimiento por parte del maestro, le costará
parte del dinero destinado al pago por el trabajo. Otro aspecto interesante
es el motivo por el cual se ordena hacer el retablo, y es la devoción
que siente el Obispo Ladrón de Guevara por Santa Liberata. Como podemos observar en la figura, este retablo lateral
cuenta con dos cuerpos y tres calles. Generalmente, los retablos combinan
esculturas y pinturas, como se da aquí. Como muchos de los altares,
la madera de cedro está cubierta con pan de oro. Como advierte
Mancilla: “En la parte central del primer cuerpo se encuentra
la imagen escultórica de Santa Teresa. En la calle derecha se
halla la escultura de la Vírgen María y en el lado izquierdo
la imagen de Jesús el Nazareno, también en escultura (...)
Sobre los capiteles de las columnas salomónicas surgen dos mascarones
en los lados extremos del altar y sobre éstas se hallan las cornisas
que separan el primer del segundo cuerpo (...) surge la cruz donde se
halla Santa Liberata crucificada (...) Todo el conjunto está
en resalto de armonía y proporción” (Mancilla 1990,
432). Aproximadamente un año más tarde en referencia a este concierto para la confección del Retablo de Santa Liberata, el 4 de mayo de 1703, se da uno para la construcción del retablo mayor de la Compañía de Jesús “entre el padre Cristóbal Arias, Rector del Colegio de la Compañía de Jesús, el Padre Juan Mejía, Procurador General, con el maestro ensamblador Joseph de Alvarado, vecino de esta ciudad...” (Mancilla 1989, 199-200). Al igual que en el caso anterior, esta vez también se le da un modelo al ensamblador, y queda establecido que éste “debe cumplir la obra de acuerdo con el diseño que le entregan el padre Rector y el Procurador, quedando demostrado de este modo la imposición al artista a base de modelos predeterminados...” (Mancilla 1989, 200). El plazo fijado para la entrega del retablo es de un año, y se le da un adelanto para que inicie la obra. Sin embargo, esta obra se trunca, porque según investigaciones de Raúl Mancilla, en diciembre de 1703 “Joseph de Alvarado se hallaba preso en la cárcel pública de esa ciudad, por causa ejecutiva que contra él siguió el Capitán don Luis de la Fuente como representante de don Juan de Translaviña, vecino de la ciudad de Los Reyes, por cantidad de pesos que le vino debiendo, lo cual imposibilita la continuación del Retablo del Altar Mayor de la Compañía de Jesús, para el cual sus oficiales, afianzan su salida de la cárcel de Joseph de Alvarado...” (Mancilla 1989, 201)(3) para que continúe con la construcción de este retablo:
En esta oportunidad, Joseph de Alvarado no tiene un modelo
impuesto como sucedía en la confección de los retablos
de Santa Liberata o de La Compañía; sin embargo, sí
queda establecida la posición de los nichos, por ejemplo: Por este trabajo será la cofradía la que pague la suma que cobra Joseph de Alvarado, e incluso le dan un adelanto para que inicie la obra. Éste, a su vez, deberá pagarles a los demás maestros que colaboran con la obra. Así, afirma Mancilla, “tenemos la presencia de Fernando de Alarcón a quien le encargan dorar el retablo de la Santísima Trinidad, obra que fuera hecha por el taller de Joseph de Alvarado” (Mancilla 1992, 152). Podemos advertir que en esta ocasión, se le da
más libertad al maestro ensamblador para que realice la obra,
y además que se trata de un maestro que tiene un taller de ensambladores
propio. Asimismo, notamos que a diferencia del caso del retablo de Santa
Liberata, que se hizo por la devoción que sentía el Obispo
por la virgen, en el de la Santísima Trinidad es un cófrade
el que encarga el trabajo, tal vez no por propia devoción, sino
porque era un requisito para formar parte de la cofradía, ya
que como advierten Olinda Celestino y Albert Meyers: Hasta el momento sólo hemos presentado retablos, ya sean mayores o laterales, cubiertos con pan de oro. Sin embargo, no siempre se utilizó esta técnica, ya que el altar mayor de la iglesia San Francisco de Paula, por ejemplo, no presenta esta característica: Aquí, por ejemplo, tenemos un retablo totalmente
tallado en madera y sin dorar, lo cual no le resta magnificiencia. Como
muchos de los altares mayores de las iglesias ayacuchanas, cuenta con
dos cuerpos y tres calles. Otros retablos mayores similares a esta estructura
son los siguientes:
Figura 8: Retablo mayor San Francisco de Asís
Como afirman Enrique González Carre, Jaime Urrutia y Jorge Levano con respecto a este retablo de Santo Domingo, “se destaca el altar mayor de dos cuerpos y tres calles, de estilo barroco, todo dorado en pan de oro y que ocupa completamente el plano del muro testero, cobijando una bella escultura de la Virgen del Rosario y otras tallas de valor, como las de San Juan Bautista y San Lucas” (González Carre, Urrutia y Levano 179). Conforme avanza el tiempo evolucionan las técnicas, y entre mediados y fines del siglo XVIII se encargan grandes retablos de tres cuerpos. Tales son los casos del Retablo mayor de la iglesia de Santa Teresa, y dos retablos secundarios de la Catedral: el del Señor de Burgos y el destinado a la Virgen Inmaculada:
En cuanto al retablo mayor de la Catedral, está comprobado que su fabricación estuvo también en manos del maestro ensamblador Joseph de Alvarado, ya que fue contratado para dicha labor en 1708. Asimismo, Fernando de Alarcón fue contratado para el dorado de este retablo. Sin embargo, como afirman González Carre, Urrutia y Levano, “no imaginaban los alarifes que el sismo de 1719 arruinaría buena parte de su obra. El movimiento sísmico también dañó el primer módulo de la nave lateral izquierda cerca del crucero, y pese a los trabajos que se emprendieron, se deplomó en 1881, por lo que hubo necesidad de reconstruirlo en 1887” (González Carre, Urrutia y Levano 214). Por esta razón, el retablo mayor de la Catedral que presentamos aquí pertenece a una época posterior a los retablos tratados más arriba.
El último retablo al que haremos referencia aquí es uno secundario de la iglesia San Francisco de Asís. Se trata del retablo del Señor de la caída:
De todo lo tratado, podemos decir, entonces, que estos
retablos fueron mandados a construir por diferentes razones, sean éstas
la devoción personal de un miembro de la sociedad o un religioso,
el requisito para formar parte de una cofradía, o simplemente
para resaltar entre los ciudadanos huamanguinos como alguien poderoso
económicamente. Asimismo, estos retablos pertenecen a diferentes
épocas, entre los siglos XVI y XIX, y han sufrido grandes cambios
a lo largo del tiempo transcurrido. La segunda parte de este trabajo consistirá en establecer si existe o no un vínculo entre estos retablos de las iglesias y la artesanía típicamente ayacuchana que lleva el mismo nombre. Aquí un ejemplo del “retablo” ayacuchano del maestro Joaquín López Antay:
Sin embargo, según Emilio Mendizábal:
A pesar de la aclaración de Mendizábal, es evidente que ambos comparten características comunes y en este sentido podemos afirmar que los retablos tienen como antecedente más próximo a este cajón sanmarcos, utilizado como altar en la ceremonia de marcación del ganado o herranza, que se da en los meses de julio y agosto. Como dice María Elena del Solar: “... al sanmarkos se le identifica con la fertilidad de los animales y con la protección de la familia; otras funciones estarían relacionadas con la aparición de objetos perdidos, prácticas curativas, protección al viajero y también con rituales festivos y ‘juegos mágicos’ relacionados con la fiesta de la cosecha” (Del Solar 17). Es la primera función del sanmarkos la que tomaremos como referencia para vincularlo a la práctica religiosa en las comunidades ganaderas.
Cajas como la que aparece aquí formaban parte del
equipaje que llevaban estos arrieros en sus viajes, ya que así
se sentían protegidos “para enfrentar las tempestades,
las pérdidas de animales, las enfermedades y el mundo sobrenatural
que puebla el ande de almas, condenados, supays y otros seres fabulosos
de la demonología indo cristiana” (Mendizábal 130).
Las cajas de imaginero, al igual que las capillas de santeros, cumplen la función de “llevar” la religión cristiana hasta los lugares más apartados. En este ejemplo vemos a Cristo crucificado, símbolo indudable del cristianismo. Sin embargo, en el caso del cajón sanmarcos, parece haber un sincretismo en el que se entremezcla la religión cristiana con el paganismo, ya que “su nueva configuración forma parte del complejo proceso cultural que tiene lugar en la conformación de la cultura mestiza andina” (Del Solar 17). Como se ha señalado anteriormente, el sanmarcos
“tradicionalmente preside el ‘tendido de la mesa’,
en el comjunto de ritos y danzas que continúan vigentes en ciertas
comunidades de la región central andina, y que se realizan con
motivo de la fiesta de la herranza o marcación del ganado en
los meses de julio y agosto” (Del Solar 17). Muchas veces los
sanmarcos eran incluso encargados con la debida anticipación
para la referida ceremonia. Los fabricantes de estos sanmarkos eran
conocidos con el nombre de “imagineros”, y cambiaban la
posición de las figuras de acuerdo al gusto del cliente. Si bien
es cierto el contenido del sanmarcos puede variar, existe un patrón
original de distribución en cuanto a los dos niveles.(4)
Se dice que en el nivel superior, de mayor proporción, se representa
al mundo de arriba o celestial, y por ese motivo se colocan ahí
las imágenes de los santos patrones asociados a los animales:
Sin embargo, estas relaciones pueden variar de comunidad
en comunidad, ya que en algunos lugares, se representa a Santa Elena
como patrona de las cabras, o a San Lucas como patrón de las
vacas. Como ha señalado Emilio Mendizábal: Por supuesto, la ubicación preferencial es el centro, y por esa razón se colocará en ese lugar al santo al que se quiera invocar en la ceremonia. Si se ofrece la “misa” por la buena producción de ovejas, entonces San Juan ocupará esta posición privilegiada. Asimismo, el nivel inferior, de menor dimensión, representa al mundo terrenal, y los protagonistas pueden variar. Resulta muy interesante la denominación “misa”. Según María Eugenia Ulfe, “En muchas comunidades ayacuchanas, los sanmarcos son conocidos como misas por las mesas que se colocan en el corral durante la marcación del ganado y porque (...) los cajones pueden traer los servicios dominicales católicos a las comunidades”. Como la fonética del quechua tiene tres vocales
a diferencia del español que tiene cinco, se suelen confundir
las vocales “i/e” y “o/u”, ya que éstas
son alófonos. Partiendo de esto, al querer decir “mesa”
los campesinos dicen “misa”, lo cual le añade a esta
palabra una connotación religiosa. Como afirma Edilberto Jiménez:
Asimismo, al corral que se prepara para la ceremonia de
la herranza también se le conoce con el nombre de “Missa”
y a manera de altar se coloca en una capillita hecha de ramas el cajón
sanmarcos. Incluso a veces hay un “cura” que se encarga
de dirigir la ceremonia. Como refiere Jiménez:
De todo esto podemos concluir que sí se puede establecer
un pequeño vínculo entre ambos elementos: los retablos
de las iglesias como obra artística y los actuales retablos ayacuchanos,
considerados como artesanía, a través de toda la simbología
que trae consigo el cajón sanmarcos, las cajas de imaginero y
sus antecesoras las capillas de santeros españolas. Como afirma
Pablo Macera en relación a estas últimas:
Así, vemos cómo estos objetos de devoción poco a poco se van convirtiendo en meros adornos, y siempre teniendo en consideración el gusto del cliente. Bibliografía Celestino, Olinda y Albert Mayers. Las cofradías
en el Perú: región central. Frankfurt/Main: Vervuert,
1981.
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